martes, 1 de mayo de 2012




CADA DÍA  PUEDE SER UN GRAN DÍA

Hay días que una se encuentra fuerte, con ganas de comerse el mundo, pletórica sin condiciones, en fin, lo que se dice viva y con ganas de seguir viviendo. Pues bien, hoy era uno de esos días en el aparente saco roto de mis días. Tenía una cita ineludible e importante, ¡tachan!, una entrevista de trabajo. Una entrevista de trabajo, pero de los buenos, y yo ya había sido preseleccionada con anterioridad, así es que, hoy era la prueba definitiva, el salto del trampolín, el desenlace final.

Mi vestido amarillo había sido el elegido entre muchos de los que colgaban en  mi extenso armario a la espera de ser convenientemente atendidos. Era femenino y provocador, pero sin pasarse, fácil de llevar (algunos pueden llegar a ponerte las cosas muy pero que muy difíciles), resaltaba el color de mi piel y además enseñaba mis piernas lo suficiente como para que quedara claro que eran perfectas, pero como ya dije antes, sin pasarse. No. El trabajo ni era de modelo ni de cara al público ni nada de eso, pero la imagen siempre cuenta creo yo y sino hagan la prueba. Bueno, a lo que iba. Vestido amarillo, sandalias color negro de tacón justo, una discreta chaqueta negra sobre mis hombros y un bolso por supuesto negro también a juego con las sandalias eran mis armas de mujer escogidas para la ocasión, la fachada se entiende. Monísima. Maquillaje el justo también y el pelo suelto pero impecablemente alisado con mis planchas última adquisición de Media Mark. Ya era algo tarde, tenía que atravesar todo el centro para llegar a mi destino y lo peor es que era hora punta.

Saqué el coche del garaje, un  seat Ibiza que aún se portaba a pesar de sus diez años de vejez y rodaje.
Pude comprobar que los pequeños arreglillos efectuados sobre mi persona momentos antes eran notorios. Varios piropos de los aburridos, algún giro inesperado de cabeza resórtica, dos o tres silbidos...Suficiente para mi ego de medio diva.

Monté en el coche y me dispuse a salir pies en polvorosa.
 ¡Vaya manía con decir que las mujeres conducimos así, o asa, que si demasiado despacio, que si maniobramos mal, que si tela con lo del aparcamiento! Yo era un “as” de la conducción, Fernando Alonso hecho mujer. Mi Ibiza y yo éramos uno solo. Nadie ni nada nos frenaba. Como caballo y jinete. Avancé por la carretera hasta acceder al centro. El semáforo se puso rojo y frené por completo  al compás de Laura Pausini. De repente noté como me embestían de forma súbita.
¡Lo que me faltaba, un golpe por detrás con la prisa que llevo y encima en mi coche del alma! Algún atolondrado recién sacado el carné o un repartidor mangado, o puede que un mobilparlante atolondrado o a lo peor las tres cosas juntas. ¡Me cachis la mar, vaya mierda!

Bajé del coche echa una auténtica furia dispuesta a comerme al autor de tan desafortunada película, en la cual  yo había pasado a ser, por azares del destino, una de las protagonistas con carácter obligatorio.
Los ojos me echaban chispas y el vestidito quizás se había subido en el cenit del  arrebato, un poco más de lo conveniente. Bajé, eso sí, a lo Marilyn Monroe un poco por el vestido de marras un poco por el guion previamente ensayado de fémina come mundos con el que me llevaba sugestionando la mañana entera.

Y allí estaba él, de frente a mí mirándome como un pasmian, el culpable del desaguisado, con la boca semiabierta y los ojos desorbitados tratando de balbucear algo inentendible. Le llamé abobado, berzas, le dije que me había hecho la pascua, que además de fastidiarme el coche llegaría tarde a la cita de las citas, que dejara de mirarme las cachas como un pánfilo y que llamase a su seguro que le iba a dar un buen palo y  finalicé rematando con un “hombre tenías que ser”.
Cuando conseguí callar, me percaté del público que habíamos conseguido reunir. Algunos  nos miraban con cara de circunstancias, otros burlescas, otros se ceñían en exclusiva a mis cachas, y otros  claramente  se reían carcajada limpia. 
Fue entonces cuando "el presunto autor" explicó lo acaecido con meridiana claridad:
 "mire señorita,  no he tocado su coche en ningún momento, a sido usted la que durante la parada en el semáforo ha soltado el freno y sin intenciones de criticarla, Dios me libre, con la música a todo volumen no se habrá  dado cuenta, supongo yo,  que iba reculando hasta chocar conmigo, y yo no he podido reaccionar a tiempo para impedirlo. Lo siento".

Me quedé mirando para el hombre, que por cierto era de la clase de los repartidores mangados y mobilparlante, y algo azorada me oí a mi misma decirle un "lo siento" bajito, casi imperceptible. Llegados a este punto, con suma rapidez le extendí  mi número de móvil y el de la matrícula del coche y me despedí argumentando lo de mi entrevista importantísima, no sin antes observar con cierto sentimiento de culpa el bollo de su furgoneta mientras escuchaba el alarido inequívoco de la policía acercándose al lugar. 

Cada día puede ser un gran día. Pudo haber sido peor. Seguro que aún llegaba a tiempo…lástima de vestido, se había arrugado tanto…
Concha González©

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