lunes, 31 de diciembre de 2012





EL RELOJ

Hoy me he tirado  de la cama de un salto. 
Me despertó la conciencia del que quiere respirarse el mundo, avanzar al paso de sus minutos danzarines, no perderse ni un instante de sus desvelos, ni un segundo de sus silentes efectos. Descansar,  ya descansaré más tarde, siempre después de que la historia amenace con volver de nuevo. Antes sería una gran pérdida de tiempo. Un tiempo que te desheredará sin legitimidad alguna mucho antes que su propia alma desaparezca, antes incluso de que llegues a recordar su rostro exánime clamando por observarte, antes de que recuerdes…mucho antes.
Después, mientras tiro la toalla de la ducha vespertina y abro las ventanas para que las pesadillas  nocturnas  infecten los aires virginales de la virginal mañana, espero pacientemente, ¡qué remedio!, a que la luna veje con su ojo casto y tímido a la oscuridad malintencionada de otra noche  que fenecerá, probablemente,  con la siguiente alborada.
Mientras, el reloj, culpable implícito, socio siniestro, instigador abyecto, parece seguir robándonos  las horas que, en realidad, nunca jamás poseímos ni poseeremos. Parece querer contar cuanto dura el  infinito en claudicar de sus mañanas, y marcar el silencio de los silencios con su tonada perpetua en perpetuo lamento. Parece querer festejar la impermanencia de los deseos.
Parece trocar su aliento por tu aliento.

©Concha González.

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